Magaratiba – Praia do Saco
Acogidos por las familias Alcantara y Passos
Salimos de Santa Cruz pronto, antes de las siete de la mañana porque las temperaturas elevadas nos impiden pedalear hasta muy tarde. Seguimos las instrucciones de los bomberos para dejar Santa Cruz e ir hasta la estrada BR-101 que une los estados de Río y São Paulo. Los 30 primeros kilómetros los hicimos muy rápidos y llegamos a pie de la Sierra aún temprano. Ahí empezaba un terreno rompepiernas de subidas y bajadas. Nos cruzamos con muchos ciclistas, era domingo. La Sierra combina mata tropical por un lado y océano por el otro. La carretera estaba llena de ofrendas, no de flores como en Europa sino con frutas y otros elementos en honor a Oxossi, una de las divinidades de la religión ecléctica Umbanda, que combina su panteón de deidades bajo las formas de la religión imperante (el cristianismo católico).
El calor fue apretando y por fin vimos el cartel de Mangaratiba, pero había trampa. Se trataba del municipio de Mangaratiba no de la ciudad propiamente. Aún nos quedaban unos cuantos kilómetros de sube y baja, con la dificultad que mentalmente ya habíamos relajado porque pensábamos que ya estábamos. Fuimos a buscar los bomberos a ver si había suerte, pero no la hubo, no nos dieron permiso para quedar allí. Entramos así en el mundo de la incertidumbre y probamos un par de casas a ver si nos dejaban acampar en el jardín antes de ir a un camping. A la segunda tuvimos suerte, nos acogió la familia Alcantara-Passos, al principio un poco sorprendidos pero luego resultó un encuentro muy afortunado. Nos invitaron a comer, estaban haciendo barbacoa y además de la carne nos dieron farofa y ensalada de patatas. Y cerveza y refrescos. Y cuando ya parecía que nada más iban a darnos entonces nos dieron siri, un tipo de cangrejo que pescan en abundancia.
Hablamos de política, de la sociedad brasileña, de Europa y del futbol. También jugamos un rato a futbol con Fabio. Una familia encantadora muy abierta y superacogedora que por la noche nos volvió a invitar a cenar y nos dejó dormir en su porche porque cayó un diluvio tropical brutal.